sábado, 29 de enero de 2022

Un campamento indio



 ¿Puede nuestro corazón sobrevivir a la nostalgia?

¿Cuántos hogares puede albergar un corazón rojiblanco?

¿Viviremos siempre prisioneros del recuerdo?


Unos indios pieles rojas (los llamaban así porque pintaban su piel blanca del color de la sangre para preservarla de cualquier tipo de ataque), buscaban un lugar en el que poder practicar un juego muy divertido contra miembros de otros pueblos que, aunque no eran indios, querían enfrentarse a ellos para demostrar su infundada superioridad y dejar constancia de quiénes mandaban en aquellas tierras que eran de todos. Eligieron a los deportistas más valientes, rápidos y comprometidos y comenzaron a diseñar las estrategias que deberían formar la base del juego de su equipo. Cuando por fin hallaron el sitio ideal, en la ribera  de un río, levantaron allí su campamento y lo llamaron Estadio Vicente Calderón.

        

Rápidamente se pusieron manos a la obra para convertir aquel solar en un hogar deportivo a cielo abierto en el que cualquier indio piel roja pudiera acudir a ver las competiciones, y así construyeron unas rastras a modo de gradas aprovechando las pendientes de aquel terreno irregular para situar allí a sus seguidores. En el centro, dejaron un gran rectángulo plano para el ir y venir constante de los jugadores elegidos por cada equipo para introducir lo que llamaban pelota dentro de unas redes. Ser vencedor era muy importante para los indios pieles rojas, pues su Gran Jefe había inculcado en ellos la importancia de salir siempre a ganar, ganar, ganar y volver a ganar, defendiendo a muerte aquellos colores grabados en su piel que representaban el orgullo de su pueblo, aunque constantemente les insistía en que el valor del corazón y del sentimiento hacia aquellos colores debía ser siempre su referente, no solo cuando jugaban en su campamento, sino también fuera de él.

        

Y allí estuvieron acampados durante cincuenta y un años en los cuales aquella tribu creció tanto que hubo que desmontar el campamento para marchar a otro hogar más grande y cómodo que acogiese a quienes acudían, cada vez en mayor número, a disfrutar del juego de los que llevaban la piel blanca pintada de franjas rojas. Fue tan importante aquel momento y se vivió con tal intensidad y dolor  que, de ello, se escribieron crónicas para que nunca se perdiera la esencia de lo allí vivido.

        

La tarea que vendría después de que se produjera aquel desgarro en las almas de los indios pieles rojas resultaba extremadamente complicada: hacer del nuevo campamento un hogar como el que habían dejado atrás, aunque sabían que aquella casa que habían perdido, viviría muy dentro de sus corazones. Sería necesario que pasara tiempo para que renaciera de aquellas mismas gargantas el eco atronador de los tambores de guerra que tantas veces retumbó en el viejo campamento y volver a respirar de nuevo el sabor del río.

¡Ah! A aquella nueva casa rojiblanca la llamaron Estadio Metropolitano, en honor al campamento indio de sus antepasados. Pero eso ya lo sabían, ¿no?

Anabel Coco
Peña Atlética Bendita Locura
Twitter: @AnuskiCoco

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