domingo, 13 de octubre de 2019

La magia del Atleti

Las mudanzas nunca son fáciles. Significan cambios, novedades, afrontar algo nuevo y probablemente desconocido. Y eso es algo que el ser humano todavía tiene que aprender a gestionar emocionalmente, pues a la mayoría le afecta de una u otra forma.

A veces las mudanzas son positivas, claro está, no siempre significan algo malo. Un trabajo nuevo, una ciudad nueva, una aventura por descubrir. Nunca se sabe.

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Pero lo que la mayoría de estos procesos tienen en común es el sabor agridulce de la nostalgia. Tendemos a añorar aquellos lugares donde hemos sido felices, donde hemos reído, hemos llorado y hemos sufrido, esos sitios donde nos hemos llevado algunas de las grandes alegrías de nuestra vida. Suele ser nuestra casa.

Imagen relacionadaComo el estadio Vicente Calderón, el templo atlético a la orilla del Manzanares. La primera vez que fui no era día de partido, y yo ni siquiera era colchonero, pero aquel himno de Joaquín Sabina me empujó a hacerle una visita durante una breve estancia en Madrid. Pude disfrutar de una interesante visita al museo del club, conocer su historia (su magnífica historia), su nacimiento, el porqué de sus colores, su vida, rememorar algunos de los momentos históricos más importantes de su leyenda forjada a base de sufrimiento, sin duda alguna. Incluso pude visionar los maravillosos anuncios de la entidad: ese “papá, ¿por qué somos del Atleti?” imposible de explicar, el tierno el puñetero Atleti me mata, me da la vidade Agustín de la Fuente Quintana o ver al Mono Burgos emerger de una alcantarilla en mitad de una Gran Vía vacía de agosto con el lema “Ya estamos aquí”, dos años después del descenso a los infiernos.

Salí de allí con la camiseta del centenario y una firme convicción: aquel lugar también era mi casa.

Lo visité después en otras ocasiones, ya para ver algún partido. Un derbi perdido, otro ganado por cuatro a cero en una tarde mágica de febrero con apenas tres grados de temperatura en la grada (que manera de jugarse en el derbi la pelvis…) y una última vez contra la Real Sociedad acompañado de un buen amigo madridista que también se quería despedir del Calderón.

Sobre ese césped, hoy ya desaparecido, han pasado jugadores que han dejado huella, y otros que no tanto, aunque la mayoría, una vez han sentido el calor del Calderón no lo podrán olvidar fácilmente. Los presidentes, los jugadores, los entrenadores, muchos de ellos vienen y van, pero la gente que acudía cada día de partido al Paseo de los Melancólicos ha modelado un espíritu que se ha de trasladar al nuevo Metropolitano.


Solos o acompañados, con hijos, con parejas, en familia o con amigos, esa ilusión que se respiraba antes de entrar al estadio es lo que hoy perdura en el brillo de los ojos de cada aficionado atlético.

Resultado de imagen de publico estadio calderonNos quedan los recuerdos, los que tenemos, sufrimos y disfrutamos, o los que inventamos a veces, como mi amiga Maite, cuyo abuelo jugó en el Atlético de Aviación y que cuando iba a verle a la residencia donde pasó sus últimos años de vida, enfermo de Alzheimer, cada vez que el anciano recuperaba un poco la lucidez y le preguntaba quién había ganado la liga, Maite le respondía siempre que “el Atleti, abuelo, este año la ha ganado el Atleti”, y así, desde la distancia, la misma sonrisa que lucía el niño que iba por primera vez al Vicente Calderón se dibujaba en los labios del abuelo de mi amiga.

Porque ésa es la magia del Atleti, estemos donde estemos… que manera de subir y bajar de las nubes, que viva mi Atleti de Madrid…

Nando Pilgrim
Twitter: @NandoPilgrim

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