domingo, 18 de agosto de 2019

Aquellas largas tardes de fútbol en el Calderón


Todos los que peinamos canas recordarán en sus años de niñez aquellas tardes de "sesión doble" en el cine de su barrio.
Solían poner una película "de romanos" y otra del "oeste" donde siempre ganaban los mismos... apoyados una y otra vez por el 7° de Caballería!

Para ver ganar a los "indios" los aficionados atléticos teníamos otro tipo de "doble sesión" y no era otra que la de acudir algunas tardes de domingo al Calderón a ver dos partidos de fútbol seguidos, uno a continuación del otro.

En la época a la que me voy a referir, inicio de los 80', yo andaba trabajando en mi primera empresa,  había acabado mi carrera recientemente e iba al estadio acompañado de algún "ligue", a ser posible colchonera por aquello del plan que le proponía para acabar el fin de semana...

El Atlético Madrileño, filial del primer equipo jugaba en segunda división. Tenía un buen equipo que se renovaba cada fin de temporada, había quedado campeón de la Copa de la Liga de segunda y las jornadas en donde ambos conjuntos Atleti y Madrileño coincidían de locales, el club programaba sus partidos de forma consecutiva.

A las cuatro y media empezaba el espectáculo de la "primera sesión" que finalizaba con "la segunda" más allá de las ocho y media! Cuatro horas de fútbol... qué locura!

Comenzabas la tarde tomándote un café en tu butaca. 
Sí, sí, en tu propia localidad, sin necesidad de aguantar las largas colas a que nos someten hoy en día para comprar una triste cerveza sin alcohol a precio de gran reserva... Unos camareros con chaquetilla blanca paseaban con un termo repleto de café de puchero por las gradas al grito de "¡Café! y ¡Hay copas de coñac!" puesto que en la otra mano llevaban una botella de brandy "Espléndido" con el que combatir el frío en aquellas tardes gélidas a orillas del Manzanares.
Jo... qué frío pasábamos y cuánto ha cambiado todo con la Ley del Deporte!

Había que ser un aficionado muy forofo para aguantar en tu asiento las cuatro horas que duraban los dos partidos con la nariz colorada como un pimiento y las orejas al borde de la congelación...
Y el "ligue" tenía que quererte mucho para aguantar aquél frío húmedo e intenso que calaba los huesos...

Pero el esfuerzo de quedarte valía la pena porque después de disfrutar de los magníficos pases de gol de Dirceu (hoy mal llamados asistencias ¿?) y de los golazos de Rubén Cano, de Marcos Alonso y del elenco de grandes jugadores, muchos de ellos canteranos, que componían la plantilla del primer equipo, a eso de las seis y media saltaban al campo once chavales que corrían como gacelas y luchaban como cosacos cada balón en disputa contra equipos de mucha mayor jerarquía y presupuesto.

Por allí ví desfilar en Segunda a escuadras potentes como la UD Salamanca de García Traid o al Celta, a clubes históricos como el Deportivo de la Coruña, Real Oviedo o Hércules de Alicante y tantos otros que representaban a importantes ciudades.

Contaban en sus filas con futbolistas veteranos y curtidos donde algunos aún conservaban la clase que les hizo jugar en los mejores momentos de su profesión en Primera y con otros que suplían su falta de técnica futbolística con "otros argumentos" mucho más expeditivos...
A esos jugadores rivales "ya de vuelta" y con el colmillo retorcido, nuestros chavales contraponían el entusiasmo propio de la edad y una calidad que ya comenzaba a asomar en sus incipientes carreras deportivas.

Los Mejías, Abel Resino, Tomás Reñones, Clemente Villaverde, Julio Prieto, Mínguez, Roberto Simon Marina, Pedraza, Quique Estebaranz y compañía, que entrenados por Joaquin Peiró, agradecían con su entrega y esfuerzo en el campo la fidelidad del público que permanecía estoicamente en sus asientos, pero que indefectiblemente iba desertando y vaciando el estadio segun avanzaba la noche y la temperatura iba descendiendo a la orilla del río...

Esas jornadas de "doble sesión" nos hicieron más fuertes a aquella generación de jóvenes que, al contrario que los de ahora, en sus años de adolescencia nunca jugaban solos, siempre acompañados, no usaban casco cuando montaban en bici, jugaban al fútbol en la calle o en campos de tierra, volvían a casa con las rodillas raspadas y andaban escondiendo las heridas a sus madres aún cuando ellas siempre tenían a mano un bote de mercromina y agua oxigenada para curarte...

Y es que gracias a aquellos virus ribereños no volvimos a resfriarnos nunca más, ya que nos inmunizaron de por vida!

Recordar es volver a vivir y quería compartir con vosotros aquellas gélidas tardes a las orillas del Manzanares donde veíamos correr por el césped a esos jovencísimos jugadores que con el paso del tiempo se convirtieron en leyendas rojiblancas...
Bendita locura la de aquéllas tardes de fútbol en sesión contínua!!!

Paco Reina


1 comentario:

  1. Jajajajja las recuerdo, que bien lo pasaba con una pandilla de atléticos que íbamos

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