viernes, 8 de diciembre de 2017

5.12.1971: Otro de mis días involvidables

Por Julio Orozco


Hola amigos. Otra vez más tomo asiento para intentar compartir las sensaciones y sentimientos vividos en otro de mis días inolvidables, el 5 de Diciembre del 71. Aún sabiendo que lo transmitiría mejor con pantalón corto que con la pluma...lo intentaré.

Hoy voy a recordar el partido número 1.000 en liga de nuestro Atlético de Madrid. No sólo tuve la fortuna de poder disputarlo, sino que, para mayor alegría, pudimos ganar y tuve la gran suerte de meter 4 goles. Como anécdota, diré que ya me encontraba optimista para ese partido, dado que cuando salía hacia la concentración desde casa de mi suegra, que cumplía años en esos días, me pidió que le brindara un gol,  “¡no uno, te voy a brindar dos!”, respondí, y cosas de la vida.... ¡¡fueron 4!!

Del partido.... pues es uno de esos días redondos donde todo te sale bien. Eran los primeros partidos de Max Merkel como entrenador, ya que habían destituido a Marcel Domingo unos encuentros antes, y, la verdad, empezó confiando en mí. Recuerdo unas palabras suyas después del partido, en las que me dijo: “te voy a hacer el mejor 9 de la historia“. Comprenderéis que fue un comentario debido a la euforia del momento, jajaja.

Fueron tres los goles en el primer tiempo, en la portería del fondo sur. Dos de ellos de cabeza (ambos con centros de Ufarte) y el tercero de volea a una dejada con la cabeza de Irureta desde 30 metros, de esas que siempre sueñas y salen muy pocas en tu carrera deportiva. El cuarto gol fue en una falta que sacó Calleja desde su posición habitual y que rematé en el segundo palo con la derecha. Siempre que se meten esa cantidad de goles en un partido te vienen a la cabeza los que has fallado y te dices a ti mismo ”jo, si hubiera metido este y ese, hubiera sido espectacular!!”, pero no piensas en que ha habido alguno de los que has metido que lo normales que no entren, como el tercero mío, por ejemplo. Esto me recuerda a los jugadores de golf, que al terminar cada partido piensan los putt que han fallado a un metro, pero no recuerdan los 3 que han metido a 5 metros.

Ahora bien, meter 4 goles es el hecho, pero lo importante son las consecuencias, y estas son varias y muy diferentes. La primera de ellas se manifiesta dentro del campo,  y es que cada gol que metía me hacía sentir mejor que ese o aquel jugador, me beneficiaba yo y, sobre todo, el equipo. Cuando metí el cuarto ya sólo sentía que jugaba yo, aunque el entrenamiento del día siguiente te hiciera volver a la realidad. Otra consecuencia fue ver tu foto colgada en todos los  quioscos, con diferentes titulares: “El niño de oro” “El niño gol”... uno tiene que acostumbrarse a esas cosas en el plano personal, para lo bueno y para lo malo, pues puede afectarte profesionalmente. Otra consecuencia muy importante es que subió la cotización y el interés por mi. Se empezaron a recibir ofertas en el club, y tras leer varias noticias en los periódicos de clubes que estaban interesados en ficharme, decidí ir a ver a D. Vicente Calderón para que me confirmara los rumores. Fue taxativo: “Julio, ahora mismo si hay un jugador que no está en venta, eres tú”. Y me fui tranquilo, porque yo no quería salir del club. Después me vendieron, a los dos años, pero es que habían cambiado mucho las circunstancias. La fractura de tibia a principio de la temporada siguiente me dejó un año sin jugar.

Pero siempre que hablo de recuerdos del fútbol, lo primero que me viene a la memoria es la imagen de mi padre. Mi padre, como tantos otros, ha vivido todos y cada uno de los momentos de su vida, pero me enorgullece haberle hecho sentir una ilusión indescriptible por mi vida deportiva. Él era quien me llevaba a todos esos partidos de juveniles que se jugaban a las ocho de la mañana en invierno, o a las tres de la tarde en verano. Él era quien iba cada domingo a Gandía a verme jugar, y el mismo que desaparecía de mi vista durante los partidos. Buscaba un lugar discreto para verlo partido él solo, retirado de los gritos e insultos que hay cada partido de las divisiones inferiores entre aficionados, contra el arbitro o metiéndose con nuestra madre. Él se aislaba de todo eso. 


Una vez finalizado el partido, era a la primera persona que me encontraba al salir de vestuario, la expresión de su  cara era suficiente para saber si había jugado bien o mal. Sus comentarios sobre el partido se limitaban a “bien” si yo había estado espectacular, y en caso contrario ya se encargaba de recordarme alguna de las cosas por las que no había estado a la altura. Nunca se pasaba en halagos conmigo, los guardaba para la tertulia en el bar de mi tío en mi pueblo, Yuncler. Dos mil habitantes donde, obviamente, todos nos conocemos y a donde volvíamos después de cada partido, desde juveniles a amateur y a profesional. Es ahí, en el bar de mi tío, donde me comentaban mis amigos que mi padre se desahogaba, me decían cómo lo vivía y cómo se emocionaba contando mis jugadas y mis goles. 

Especial fue el día en el que marqué los 4 goles. Mi padre casi no llegó ni a entrar al bar y ya escuchó “Faustino (así se llamaba), hoy te pagarás unas cañas”. Le faltó tiempo para decir  “Cervezas para todos”.

Hasta aquí, más o menos, es lo que haría cualquier padre, pero ocurrió un suceso que nos cortó las ilusiones familiares, algo que ya os comenté en otro artículo. Yo estaba en el equipo amateur, tenía 18 años y mi padre 45 años, cuando le detectaron un cáncer de garganta. Empezó con un tratamiento y mientras duró, unos 5 meses, yo hice parte de su trabajo, pero él sólo pensaba en mi fútbol, veía que podía llegar y no se desanimó ni un momento. Volvía a ir a las tertulias del bar, y aunque hablaba con dificultad, ya que le tocaron las cuerdas vocales, seguía disfrutando de mis avances.

Yo siempre he estado convencido que esa ilusión que le provocaba mi rápido progreso en el fútbol y el apoyo de la familia, fue la mejor medicina para su enfermedad, ya que se curó por completo y murió 30 años después de un infarto, nada relacionado con aquello. Y es que esos dos años, de mis 18 a los 20, fueron claves. Terminé ese año en el amateur y al año siguiente jugué en el Gandía, a donde, como he dicho, se iba cada domingo desde mi pueblo en Toledo con mi madre y todos sus herman@s. Al año siguiente, temporada 68-69, ya estaba donde todos, y sobre todo él, soñábamos: ¡en la primera plantilla del Atlético de Madrid! y, repito, ese fue su mejor tratamiento.

Queridos amigos: me siento encantado de ser parte de este grupo  cuyo su único objetivo es disfrutar y sufrir por un nombre: ATLETICO DE MADRID.

Un abrazo, 
Julio
Julio Ororzco Martín
Socio de @BenditalocuraAt
Jugador del Atleti 1969-73

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