Las mudanzas nunca son fáciles. Significan cambios, novedades, afrontar algo nuevo y probablemente desconocido. Y eso es algo que el ser humano todavía tiene que aprender a gestionar emocionalmente, pues a la mayoría le afecta de una u otra forma.
A veces las mudanzas son positivas, claro está, no siempre significan algo malo. Un trabajo nuevo, una ciudad nueva, una aventura por descubrir. Nunca se sabe.

Pero lo que la mayoría de estos procesos tienen en común es el sabor agridulce de la nostalgia. Tendemos a añorar aquellos lugares donde hemos sido felices, donde hemos reído, hemos llorado y hemos sufrido, esos sitios donde nos hemos llevado algunas de las grandes alegrías de nuestra vida. Suele ser nuestra casa.

Salí de allí con la camiseta del centenario y una firme convicción: aquel lugar también era mi casa.
Lo visité después en otras ocasiones, ya para ver algún partido. Un derbi perdido, otro ganado por cuatro a cero en una tarde mágica de febrero con apenas tres grados de temperatura en la grada (que manera de jugarse en el derbi la pelvis…) y una última vez contra la Real Sociedad acompañado de un buen amigo madridista que también se quería despedir del Calderón.
Sobre ese césped, hoy ya desaparecido, han pasado jugadores que han dejado huella, y otros que no tanto, aunque la mayoría, una vez han sentido el calor del Calderón no lo podrán olvidar fácilmente. Los presidentes, los jugadores, los entrenadores, muchos de ellos vienen y van, pero la gente que acudía cada día de partido al Paseo de los Melancólicos ha modelado un espíritu que se ha de trasladar al nuevo Metropolitano.
Solos o acompañados, con hijos, con parejas, en familia o con amigos, esa ilusión que se respiraba antes de entrar al estadio es lo que hoy perdura en el brillo de los ojos de cada aficionado atlético.
Porque ésa es la magia del Atleti, estemos donde estemos… que manera de subir y bajar de las nubes, que viva mi Atleti de Madrid…
Nando Pilgrim
Twitter: @NandoPilgrim
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